Wolf Rubinski, gran mexicano

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Todos dicen que nació en Ucrania, sin embargo,  él sentía un profundo cariño hacia Argentina, ya que solía luchar como fiera, cantar con sentimiento  y recitar muy triste, pero -y a  pesar de lo que se diga-, para mí nació en México, en un ring de Lucha Libre, rodeado de luchadores, réferis y aficionados, en un ambiente saturado de linimento, de mertiolate, tabaco, sudor y lágrimas, ahí fue donde nació Wolf Rubinski al mundo de la fama, pues primero se rompió el alma luchando contra rivales de la talla de Cavernario Galindo, Enrique Llanes, Gori Guerrero y del Santo; luego, cuando tragó sangre y sintió  en carne propia  huellas de los golpes, de los rodillazos y de los puñetazos. Se fogueó de tal forma que en cada una de sus luchas enardecía a los aficionados y a veces los hacía reír, esto propició  que los productores vieran en él un artista y lo contrataron para que filmara infinidad de películas, casi siempre haciendo el mismo papel que en la lucha libre, de villano, de mafioso y de maldito.

Debido a que tenía un rostro especial de santo y de bestia; de humano y de diabólico, Wolf Rubinski tenía la facilidad de hacer enojar a los aficionados del pancracio y a los del cine hacerlos reír con sus humoradas.

También  incursionó en el teatro; sin dejar de ser un  fabuloso animador de las fiestas que se hacían en su restaurante llamado «El Rincón Gaucho» donde electrizaba a sus comensales cantando o recitando ese bello poema llamado «Por eso» de Manuel Acuña.

Wolf fue amigo del  público que gozaba cuando tomaba las barajas y las manejaba de tal forma que nos dejaba con la boca abierta, pues con esa mirada de hipnotizador que tenía, nos hacía tomar la baraja que él quería para adivinárnosla además, vendaba a alguna persona de los ojos la mandaba a sentarse y a concentrarse para ir adivinando cada una de las prendas que él tomaba, incluyendo billetes de lotería y relojes de los más finos.

Realmente poseía  un carisma excepcional,  porque dominaba todo aquello que la gente escudriñaba en el mundo del misterio, pues solía adivinar la suerte, y  a veces, hasta lo que uno estaba pensando. Wolf supo ganarse el cariño y admiración de propios y extraños. Por eso Wolf Rubinski merece estar en el Salón de la Fama del Pancracio.

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