En esta ocasión relataré las giras que se hacían por la costa del Pacífico, en las que había un gran respeto para los luchadores estrellas. Se le apodaba chicarcas a todo aquel que iba por primera vez a la gira, y como bautizo tenía que ir en el asiento delantero, junto al chofer, para atenderlo en lo que se le ofreciera. Llevábamos un termo con té y otro con agua de limón; el chicarcas, al ser copiloto, no se podía dormir, y si cabeceaba, lo despertábamos a coscorrones. El señor Pepe Mendieta llevaba puesto un anillote tremendo y con ese te daba. Otra de las cosas que hacía el chicarcas era subir las maletas en la parte trasera de la camioneta, bajarlas en los hoteles donde nos hospedábamos y pedir en la recepción las habitaciones para cada luchador. La ocasión que me tocó, me hicieron bromas muy pesadas y me tenía que aguantar, a pesar de que en la camioneta iba mi papá que era una súper estrella. Cuando llegamos a Tijuana, nos paramos en un hotel, se bajó el señor Mendieta, luego yo, y empecé a bajar las maletas; las fui apilando en la recepción. La señorita que atendía era cómplice de los luchadores para jugarme una broma; esbozó una leve sonrisa.
Pedí habitaciones para todos, me dio tarjetas para registro; enseguida fui a la camioneta, desperté a mi papá y le avisé que ya estábamos en Tijuana. Me ordenó llevar de regreso las maletas porque en ese hotel no nos quedaríamos. Le repliqué que ya se estaba haciendo el registro y que la recepcionista me había dicho que sí tenía nuestras reservaciones. De plano contestó que no. Resultó que ese hotel sólo se llegaba a reportar el señor Mendieta, porque era propiedad de los señores Lutteroth, y además, como era de cinco estrellas, no nos hospedábamos. Enseguida se me acercó Rayo de Jalisco y me dijo que si ya había bajado las maletas, que él sí se quedaba, pero que quería habitación con vista al mar. Como le dieron con vista al campo de golf, se negó argumentando que corría el riesgo de que le dieran un pelotazo. Obviamente todo fue una broma, y tuve que regresar todas las maletas a la camioneta.
En otra ocasión, le tocó al Coloso Colosetti ser el chicarcas, y le pasó lo mismo que a mí. Todo el camino iba: «Mirá, che, qué bonito paisaje». No dejaba dormir a los luchadores, que ya conocían esos lugares. Para la segunda semana, él iba muy cansado, y no se podía mantener despierto. Como venganza, los compañeros lo despertaban diciéndole: «Mirá, che, qué bonito paisaje». Él contestaba: «Cállate, che, que vengo todo roto (cansado) y mañana tengo un encuentro muy duro contra Mendoza». Así eran esas giras por la costa del Pacífico. Espero sus comentarios a ardimen3@yahoo.com.mx o bien a www.villanotercero.com