Con Carlos Plata, tuve una travesía bastante accidentada por Monterrey y Nuevo Laredo.
Hola, queridos amigos. Les contaré una travesía que tuve con Carlos Plata por Monterrey y Nuevo Laredo. Viajábamos en un carro que alquilé en el aeropuerto de Monterrey. Primero trabajamos, esa misma noche, en la Arena Monumental; al otro día, como a las 4 de la tarde, salimos a Nuevo Laredo. Carlos Plata era mi acompañante, era buen amigo y poco tiempo después me pidió que fuéramos compadres, a lo cual, gustoso, accedí.
Cuando veníamos de regreso de Nuevo Laredo se nos ponchó una llanta, nos salimos de la carretera pero, gracias a Dios, no hubo consecuencias qué lamentar, pero si nos llevamos un tremendo susto. Llegamos a Monterrey, y al otro día, martes, fuimos a trabajar a Matamoros; allí nos quedamos y el miércoles salimos para Reynosa; el jueves regresamos nuevamente a Monterrey para tomar el avión que nos traería al DF; veníamos cansados porque en el retorno de Matamoros se descompuso el carro y tuvimos que quedarnos ahí todo un día. Nuestro viaje al DF estaba programado para las 8 de la mañana, pero no fue posible porque llegamos hasta las dos del siguiente día.
Llegamos a México como a las 4 de la tarde y teníamos que ir a luchar a Toluca, nos fuimos en un carro LTD que era de mi propiedad, estaba nuevecito. Antes de partir, me encontré con un amigo de Guadalajara que quería ir con nosotros, era amigo de Guajardo, Lagarde, Solitario y de mi padre, Ray Mendoza. Le decían El Gangster; su hijo se ofreció para acompañarnos a Toluca. Le pregunté si sabía manejar, y dijo que sí. De ida yo manejé. Al terminar la función fuimos a cenar, y cuando veníamos de regreso comenté que estaba cansado por tantas desveladas. Con Carlos Plata, acordamos pedirle a aquel muchacho que manejara hasta el DF.
Era tanto nuestro cansancio, que nos quedamos bien dormidos. Al despertar nos llevamos una gran sorpresa: estábamos en un llano. Aquel muchacho aseguró que sabía manejar, pero todo indicaba que nos había mentido, pues inexplicablemente se salió de la carretera. Bajamos del auto y preguntamos qué había pasado. Hacía mucho frío. El chavo dijo que una llanta se había ponchado. Cuando me disponía a cambiarla, me di cuenta que no era una, sino las cuatro llantas las que estaban ponchadas. Hice un coraje de los mil demonios. Le reclamé al fulano su irresponsabilidad. Tuvimos que esperar a que amaneciera para buscar ayuda. En La Marquesa me hicieron favor de parcharme dos llantas, regresé y quité el otro par y de vuelta, a parcharlas. Total, llegamos al DF como a las once de la mañana, bien desvelados y cansados. Me comentó Carlos Plata que yo estaba muy pálido; cuando me checó, un doctor detectó que había derramado bilis por el coraje.
Le comenté al médico que había sido un relajo, porque no sólo se echaron a perder las llantas, también los rines. Tuve mucha suerte de encontrarlos en medio de aquel lugar; compré unos chafas, pero sirvieron para regresar. Desde entonces, no le permito a nadie manejar mi auto, a menos que sea uno de mis hermanos. Para manejar en carretera se necesita mucha pericia, y más en las que son de doble circulación. Espero sus comentarios a ardimen3@yahoo.com
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