«Siempre me he divertido luchando»: Negro Casas

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Mi nombre es José Casas Ruiz, nací en la colonia Tránsito en 1960. A los cinco años mi papá no llevó a vivir cerca del pueblo de Tlalpan, que en ese tiempo estaba bastante lejos del centro de la ciudad. Tuve una infancia normal, como la de cualquier otro niño; vivíamos que una ciudad que era tranquila, íbamos a la escuela y después de hacer la tarea salía a jugar fútbol, a los carritos u otra cosa, fue una infancia sana, feliz, agradable y de lo más bonito que recuerdo es que podía andar en la calle, no había tanto tráfico, no se corría peligro.

«La primera vez que mi papá me llevó a las luchas fue a una arena que estaba en Ameca; participó en una lucha campal, me impresionó verlo sobre el ring. Desde niño mi sueño fue ser luchador y le doy gracias a Dios que me permitió realizarlo y me tiene todavía aquí. Cuando iba a ver luchar a mi padre, acostumbraba, al término de la función, subir al ring con los demás niños. Me ponía a rodar, a dar maromas; como siempre fui un niño deportista (jugaba fútbol americano, soccer, voleibol y béisbol) lucía muy atlético. Mi primer contacto para entrenar lucha libre fue un día que estuve en la arena Xochimilco con el señor Raúl Reyes; él y mi papá daban la clase. Me preguntó si podía hacer lo que estaban haciendo los muchachos en el ring. Hice todo lo que me pidió: rodadas, maromas, resortes, que me salían bien pues los practicaba en el pasto, en los parques; el señor Reyes me convenció de que entrenara formalmente.

«Mi ascenso fue vertiginoso porque tenía las cualidades y la facilidad de aprender, entrené alrededor de tres meses; un día fui a buscar a mi padre a la Arena Azteca, que estaba por Tláhuac, pero no llegaba y el profesor Reyes me dijo: ‘No llega Pepe, y si no lucha, lo va a castigar el señor Rafael Barradas?’ Me preocupé. ‘Pero si tú subes a luchar, lo salvas’, comentó el profe. Respondí que no llevaba arreos. Me consiguió cosas, y me subió a luchar contra Juanito Ramírez, pero resultó que mi papá y don Raúl Reyes me estaban viendo, me habían hecho esa broma para que debutara. Subí con muchas ganas y con mucho entusiasmo porque había decidido ser luchador, disfruté a la gente, para mi siempre fue una diversión.

«La lucha ha sido una experiencia agradable. Sigo teniendo gusto por ella, pero ahora ya no la veo como un pasatiempo, la veo como algo que me ha dado de comer a mi y mi familia durante 30 años; me ha dado grandes privilegios, satisfacciones, comodidades, viajes y ahora la miro con mucho más respeto. Yo me he entregado a la lucha libre, pero esto no es una ecuación para ver quién le ha dado más a quién. Siempre subo a entregarme porque sé que con eso gano y me doy satisfacciones; cuando piso un ring me transformo, se me olvida cualquier problema que pueda tener o lesión. Me gusta tener contacto con el público, me enorgullece, me apasiona, en fin, son muchas emociones al subir al ring.

«Anteriormente, en mis primeros 10 años de luchador, era muy alegre, optimista, arrebatado y siempre traía una grabadora para escuchar música en los camerinos; pero uno va cambiando al viajar, conocer otras culturas, otras disciplinas. Me di cuenta que la meditación, el yoga, el concentrarte ayudan mucho para realizar esta actividad; hoy, después de 30 años, acostumbro llegar temprano a la arena, relajarme, hacer mis ejercicios de calistenia y concentrarme para subir al ring. Leo mucho sobre yoga, meditación y lo que sea místico. Soy una persona tranquila.

«Para la lucha libre, como para cualquier otro deporte, tienes que estar preparado y en condiciones físicas óptimas. Me lleno de la juventud de Místico, de Averno y de todos esos jóvenes que vienen sobresaliendo, a lo mejor no es la misma edad, ni las mismas fuerzas, pero en pasión y entrega puedo competir e incluso puedo superarlos, porque no me limito cuando estoy en un ring; amo la lucha libre y eso conlleva público y mis rivales porque no quiero que piensen: ‘El Negro está cansado o no tiene condición’. Me gusta disfrutar a mi rival, a la gente, y el día que Dios no me permita tener las condiciones para luchar, pensaré en otra cosa. En este momento estoy en un punto que, creo, soy mejor luchador que antes.

«La Peste Negra fue una combinación que no se pensó mucho, se dio que no estaba conforme con los técnicos y que Mr. Niebla iba llegando, nos sentamos e hicimos el proyecto y no le tuve miedo al cambio, a ponerme una peluca y pintarme el rostro porque, en 30 años, la gente sabe quién es Negro Casas. Mi primera licencia de luchador tiene fecha del 19 de octubre de 1979, así que estoy a punto de cumplir 30 años en este ambiente.

«A pesar de tanto tiempo, no estoy lastimado, tengo lesiones pero no me impiden luchar; tengo a mis hijas y mi esposa entrenando lucha olímpica porque quieren incursionar en el medio y me mantiene entusiasmado porque van a luchar, a subir a un ring y tengo que estar con ellas apoyándolas. Habrá mucho Negro Casas para rato y a mi descendencia le voy a exigir que sean buenas luchadoras, disciplinadas y entregadas, llevan entrenando dos años y medio. Sus maestros han sido Ringo Mendoza, Tony Salazar, Arturo Beristáin y Franco Colombo. Mis hijas nacieron en una arena, ellas estaban en la panza de su mamá en la Arena México y mi esposa es hija de un promotor de lucha panameño, y siempre ha vivido dentro de la lucha libre. Cuando mi esposa dijo que quería ser luchadora, la apoyé ya que es una mujer que se ha esforzado mucho y estoy orgulloso de ella.

«Quiero celebrar mis 30 años de luchador con mi afición, compartir esa alegría. Ya lo hice cuando cumplí 20 años, era algo que no se veía en México porque, generalmente, se celebraba a la gente cuando ya había muerto. Espero el festejo de los 30 años con muchas ganas».

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