EL jueves 20 de marzo, al filo de las 7 de la mañana, dejó de existir Juan Manuel Rodríguez Carrillo, quien luchara como La Bestia Salvaje. Aunque su deceso era inminente y se esperaba desde hace unos días (ya que sus riñones y el hígado le habían dejado de funcionar), conmocionó al mundo de la lucha libre.
El día que lo conocí se pierde en el tiempo; sólo puedo decir que fue en 1992; la misma rudeza que mostraba en el ring la trasladaba a su forma de ser cotidiana, aunque siento que era como una caparazón para ocultar lo grande de sus sentimientos, pues con la gente que conocía y con la que convivía era un amigo leal que estaba siempre dispuesto a ayudar. De él puedo contar anécdotas, buenas y algunas no tanto. Siempre me llamó la atención su estilo de rudo espectacular, con esa cara de malo que tenía, nunca hubiera podido ser técnico. Sus vuelos sólo los he visto en dos gladiadores, uno de ellos Arturo Casco (La Fiera) y el otro Jerry Estrada.
Era un amante del fútbol, el cual practicaba cada que la lucha libre se lo permitía; aún recuerdo que cuando yo cubría fútbol para la revista Balón, en el estadio Neza 86, La Bestia Salvaje acudía como espectador, me gritaba desde la tribuna y me decía: “Órale cab… tómame una foto”. Jugaba en el equipo de luchadores, siempre era todo pundonor y no dejaba pasar a nadie por donde él se encontraba. Su mayor virtud como ser humano era la de ser directo, si le caías mal, te lo decía sin tapujos; pero si te daba su amistad, se quitaba la camisa por ti.
Una vez fuimos a una gira por Oaxaca; primero estuvimos en la capital y de ahí fuimos a Salina Cruz; en la lucha estrella se enfrentaron Último Dragón y Love Machine contra Sangre Chicana y Bestia Salvaje. El triunfo fue para los rudos; cuando éstos bajaron del ring, la gente les empezó a gritar de todo, adelante iba Sangre Chicana, luego Juan Manuel, y atrás de ellos yo; de pronto, alguien le metió el pie a La Bestia y lo hizo trastabillar, volteó como tocado por un rayo y al primero que vio que se reía le volteó tremendo descontón que lo dejó tirado en el piso, inconciente. La salida de local fue rápida y certera porque la gente se había arremolinado para cobrar venganza. En otra ocasión, en Acapulco, un aficionado lo encaró porque golpeaba sin piedad a Lizmark, en fea forma le aventó, en la cara, la cerveza que estaba tomando, Juan Manuel sólo estiró el brazo y le pegó con la mano abierta, eso fue suficiente para que le abriera un tajo en el pómulo.
Las giras eran frecuentes y un día veníamos de una función de Poza Rica, Veracruz; de regreso, a media noche, abordamos el autobús de pasajeros, el calor era sabroso, así que venían todas las ventanillas abiertas, pero al llegar a la sierra de Puebla el frío calaba hasta los huesos; me paré del asiento para buscar mi chamarra y vi a Kato Kung Lee, Bestia Salvaje, Emilio Charles dormidos, pero temblando de frío porque venían en playera, así que empecé a cerrar las ventanillas. Al llegar al DF, Emilio Charles y La Bestia Salvaje me dijeron: “Gracias, hermano, pero traíamos tanto sueño, que sentimos el frío pero no podíamos despertar porque veníamos muy cansados, pero entre sueños vimos como cerrabas las ventanillas”.
Cuando se casó su compadre Scorpio Jr, tuve la fortuna de compartir la mesa con Juan Manuel y su esposa, María del Ángel, y fue una noche de mucha risa ya que era un tipo muy ocurrente. Hoy, La Bestia Salvaje ha dejado el mundo de los vivos, pero siempre quedará la imagen del hombre fiero, porque los rudos como él son una especie en extinción. Descanse en paz un hombre que vivió y murió como quiso y que nunca dejará de ser la bestia de buen corazón.