Originario de Guadalajara, Trueno debutó en 1985 en el Pavillón Azteca. Se integró al elenco de Lucha Libre Internacional, y más tarde se convirtió en luchador independiente. Después, ingresó a la Empresa Mexicana de Lucha Libre, en la que formó parte del primer Grupo Cibernético.
Sus cualidades natas para el deporte y los cuidados con su físico, hicieron que los aficionados voltearan a verlo, incluso aquellos gladiadores experimentados como Villano I, Dick Angelo, entre otros, que eran sinodales de la Comisión de Box y Lucha del DF, y realizaban los exámenes a los aspirantes a luchador. Y dentro de ese talentoso y duro equipo, estuvo Trueno, quien ponía la muestra a los jóvenes que deseaban obtener licencia.
De hecho, Mil Máscaras fue su padrino y lo conoció por medio de Moisés Zarate: “Le regalé un álbum de fotos, y muchas ni siquiera él las tenía, eso le llamó la atención y desde entonces llevamos una muy sincera amistad”, comentó el tapatío.
Sin embargo, las circunstancias no permitieron a Trueno desarrollar su potencial; nunca logró ocupar lugares estelares, y no fue por falta de cualidades, sino de oportunidades. Afirma que hoy, los luchadores son más atletas y se lastiman más, pero que sus carreras suelen ser más cortas.
“¿Añoras la lucha?“, pregunto a Trueno: “Claro, yo era luchador olímpico, entrené en el Comité Olímpico con el profesor Aldana, con Halcón Ortiz, y la idea de la máscara me sedujo. Hice todo lo que estuvo en mis manos por ser el mejor. Recuerdo que al grupo de los Cibernéticos llegó gente de la UNAM, y yo saqué el primer lugar en las habilidades que evaluaban: velocidad, elasticidad, rapidez. Demon quedó en segundo lugar y Oro en tercero”, responde.
También recordó que en una exposición para el Museo de Culturas Populares en Coyoacán, fue modelo para hacer los maniquíes, lo cual lo enorgulleció sobremanera. También mantuvo una fuerte amistad con Eddy Guerrero, y comentó que este gladiador llegó a donde quería estar: la WWE.
Tuvo una razón de peso para dedicarse por completo al deporte: cuando era niño, le pusieron el apodo de King Kong, por gordo; esto lo traumó y desde entonces se obsesionó por cuidar su alimentación, lo cual completó con actividad física. Leyó un libro de Charles Atlas para tener un mejor cuerpo, y todo lo llevó al pie de la letra. Recuerda que ganaba muchos torneos, pero para él no era suficiente, por lo que se dedicó a estudiar biología y conocer mejor el organismo.
Militó en el bando técnico y le gusta mucho la música de Alex Lora. Es padre de familia, a la que se ha dedicado en cuerpo y alma. Es un hombre con una gran calidad humana, aunque en los 90’s muchos gladiadores no lo veían con buenos ojos, pues era un joven muy reservado, tranquilo y de buena conducta.
Trueno logró patrocinio de la marca de ropa del mismo nombre; fue de los primeros luchadores en hacer un convenio de este tipo. Más tarde, la relación de trabajo se hizo más estrecha, al grado de que lo contrataron como agente de seguridad de los directivos.
Se alejó de los cuadriláteros y muy ocasionalmente colaboraba con sus compañeros en alguna función, pues la lucha libre corre en su sangre. Estuvo en cursos dentro de la Procuraduría Judicial donde recibió instrucción de balística, psicología, entre otras disciplinas.
Fue víctima de la delincuencia un par de ocasiones, saliendo bien librado, hasta que la suerte se le acabó, y vio de cerca la muerte. Relata: “Me venían siguiendo en el camino, ya los había visto y al llegar al estacionamiento de la Plaza Telmex pensé que los había perdido. Entraron dos hombres en una moto y hacían como que iban por su coche, y pensé que todo estaría tranquilo; mientras que otros tres subieron al primer piso del estacionamiento y ahí comenzó la balacera. Caí, y cuando los sujetos notaron que se había hecho todo un escándalo, se fueron. Lo único que pude hacer fue pedir auxilio”.
De manera muy especial, Trueno agradece al secretario de Seguridad Pública, Joel Ortega, así como a quien fungía como subsecretario al momento del atentado, José Luis Rosales Gamboa, pues ellos, y el médico Héctor Castillo, del Hospital Mocel, le salvaron la vida. Aquello no fue nada fácil, pues se le practicaron 4 cirugías, y gracias a su disciplina en el deporte tuvo la resistencia para soportar la pérdida de sangre y los traumatismos.
Agradece a todos sus compañeros que estuvieron al pendiente de su salud, así como a sus jefes por el apoyo que le han brindado, pero muy especialmente a su familia. Y al público, le recuerda que él fue el primer Trueno.