Sahori va saliendo de los vestidores de la arena México con maleta en mano. Lleva puesta una chamarra deportiva color verde limón, tenis y un mallón negro entallado que acentúa la belleza de sus piernas. Los hombres que pasan junto a ella no pueden evitar voltear a verla. Le pido que platiquemos en la sala de prensa del Consejo Mundial de Lucha Libre y accede con una sonrisa, aunque en su rostro se nota el cansancio de la lucha en que acaba de participar.
Cuando le comento que también me gustaría tomarle unas fotografías, se asusta y me pregunta, preocupada por su imagen: «¿No importa que traiga poco maquillaje y que ande vestida con estas fachas?»
Mientras la miro y la convenzo de que se ve muy bien, roba mi atención una mochila pequeña que trae sujeta en la cintura. En la bolsa principal lleva un muñequito de grandes ojos grises y ropita de color rojo. Es un bebé de plástico, de raza negra, que brilla como si estuviera hecho de chocolate derretido. Sahori lo atesora. A partir de ahí empezamos a platicar:
«A donde voy llevo conmigo este muñequito. Es como mi amuleto de la suerte porque fue un regalo de mis hijos, unos gemelos de ocho años que son lo más importante en mi vida. Antes acostumbraba llevarlos a las funciones para que me vieran, pero de un tiempo para acá he decidido no hacerlo porque ellos jugaban luchitas imitándome. Aún no entienden que la lucha libre no es un juego y que para subir al ring es necesario prepararse mucho y ser adulto. A mis hijos les encanta presumir que soy luchadora, y lo chistoso es que mi historia en este deporte empezó por casualidad, ya que a mí no me gustaba la lucha libre; inclusive, la criticaba.
«Conocí la lucha libre en una función donde acompañé a mi sobrina. Recuerdo que vi a Martha Villalobos, Pantera Sureña y Wendy, quienes luchaban como Las Rockeras. Cuando menos me di cuenta ya estaba gritando y aplaudiendo como si fuera fanática de verdad. Ahí sentí el deseo de experimentar la adrenalina de estar arriba de un ring, así que decidí buscar un gimnasio y empezar a entrenar.
«Mi primer maestro fue Panchito Villalobos. Duré dos años preparándome con él. Recuerdo que lo más difícil fue aprender a aplicar las llaves y a deshacer los castigos con las contrallaves. Entonces comprendí que hay que emplear mucha inteligencia en el cuadrilátero. Después entré al Grupo Internacional Revolución para entrenar con Escorpio. Luego llegué a Triple A donde mis maestros fueron El Apache y Abismo Negro.
«En esa empresa luché un tiempo como Sahori; después como Lady Luxor y luego como Novia de La Parka. Tiempo después tuve a mis hijos y me retiré un tiempo. Cuando regresé, seguí trabajando como Novia de La Parka, pero confieso que no me sentía a gusto con ese nombre porque me resultaba difícil encarnar el personaje; además, como que a los aficionados no les gustaba. Por eso tomé la decisión de salir de Triple A. Reconozco que tuve la oportunidad de ganarme un lugar en esa empresa y que no supe aprovecharla.
«Pero, como ocurre siempre, se abrieron otras puertas. Entonces, llegué al Consejo Mundial de Lucha Libre y me encontré con que la empresa estaba dando una nueva oportunidad a las luchadoras, luego de varios años en que ellas no tuvieron trabajo. Estoy muy agradecida con mis profesores José Luis Feliciano y Último Guerrero, que son muy exigentes y, gracias a eso, he aprendido mucho. Para mí, la luchadora número uno es Marcela. Tengo que entrenar mucho para estar a su altura.»
En el CMLL, esta gladiadora –quien tiene 15 años como profesional y nació en el Distrito Federal-decidió luchar definitivamente como Sahori, la princesa guerrera de Los Caballeros del Zodiaco: «El nombre significa Flor Perfumada, y siento que me identifico mucho con él. Inclusive, prefiero que los aficionados me llamen así a que lo hagan por mi nombre de pila, que por cierto no me gusta y por eso nunca lo digo.»