Habla Ray Mendoza sobre sus rivales El Solitario, Ham Lee y Carlos Moll. Otra lucha inolvidable en Monterrey.
APENAS había llegado de Monterrey Ray Mendoza, cuando lo fuimos a entrevistar acerca de la lucha que había sostenido contra su tremendo e irreconciliable enemigo El Solitario. Pensábamos encontrarlo sin pelo, ya que según nuestro corresponsal la lucha se iba hacer de máscara contra cabellera.
Pero El Solitario se negó a ello. No aceptó el reto de Ray y el combate fue solamente en súper libre en donde usted sabe que todo se vale menos la estrangulación directa y pegar a partes prohibidas; sin embargo, el encuentro produjo un entradón y se tuvieron que cerrar las cortinas de la Arena Coliseo, pues los aficionados parecían amotinarse para entrar a ver el desafío de las hienas.
Los dos nuevamente se dieron a llenar y la sangre salió a borbotones de sus rostros, quedando El Solitario con la máscara hecha trizas y Ray con abiertas en la nariz, la ceja y la cabeza.
El triunfo correspondió a El Solitario; pero fue un final muy raro. Resulta que El Solitario se llevó la primera, después Ray la segunda. Al llegar la tercera después de una brutal serie de topes por ambas partes, sujetando Ray la máscara del enmascarado de oro, ambos hicieron un giro y quedaron noqueados, con las espaldas planas; pero El Solitario tenía el brazo sobre Ray y fue declarado vencedor.
«Se armó la grande —nos dice Ray— el réferi tuvo que salir huyendo, mientras los aficionados me cargaban en hombros y así me llevaron a los vestidores. Nadie quedó contento; pero en fin, ese tipo ya está sentenciado».
¿Sentenciado?, —pregunto.
—Sí, ya se dio cuenta que no ha podido conmigo en las luchas de campeonato y su máscara no está muy firme en su rostro. No pararé hasta quitársela; pero ahora sí para siempre, no como en la pista Revolución, que solamente se la zafé.
Ray, el Potro de Oro, vuelve a la carga.
«Ahora que andaba por el norte, en donde me fue bastante bien, pude leer que Felipe Ham Lee y El Nazi tienen deseos de que les dé una oportunidad por el cetro mundial de peso semicompleto. Y yo estoy gustoso de darle la oportunidad a quien haga méritos.
Recuerden ellos que yo tuve que pasar muchas fatigas para volver a coronarme, ellos tienen que demostrar sus méritos ante hombres como el propio Solitario, El Ángel Blanco, Dr. Wagner, etc.»
—Lee, reconozco, que es un buen luchador, lo mismo que El Nazi; pero hay que hacer méritos primero.
«Yo me he ganado mi sitio a pulso, ¿recuerdas mis primeras luchas?
Claro —le respondo—, quién va a olvidar aquellos encuentros contra Tarzán López, Murciélago Velázquez, Emilio Charles, después sus furiosas batallas contra el propio Ham Lee, con Shadow, con Henry Pilusso, con René Guajardo, con Dixon, con Gori, en fin, Ray ha demostrado que es un real campeón y tiene razón en pedir que sus rivales hagan méritos…
—¿Y de Carlos Moll? — pregunto.
—Ese gachupín a quien ya iban a matar en Laredo de un balazo, dice que aquí no hay luchadores de su categoría, que comemos frijoles y tortillas con chile; pues con frijoles y tortillas con chile le voy a hacer bailar flamenco el día que nos encontremos sobre el ring.
Y el gran campeón se va vistiendo, después le acompañamos al gimnasio, porque usted lo sabe, él es un hombre responsable, un gran atleta y un soberbio luchador. (J.L.V.)
Así se publicó, BOX Y LUCHA #868, el 30 de mayo de 1969.