Murciélago vs. Kahoz (4)

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La contienda está empatada, los dos atletas son atendidos en sus respectivas esquinas por sus séconds. La recuperación del Murciélago ha sido sorprendente: el hombre se pasea por su esquina y espera a que inicie la tercera caída. Kahoz lo vigila, también atento a que se reanude la guerra. Suena la campana. Ambos corren al centro del ring y de inmediato el hijo de los sepulcros le aplica una Doble Nelson, que con golpes de cadera rompe el amigo de los murciélagos. Los dos ruedan a la lona, Kahoz toma de un brazo a su rival y le coloca unos tirantes, que a fin de cuentas El Murciélago quiebra con un puntapié a la cara que produce una mancha roja en la capucha, a la altura de la frente. Ver sangre provoca en el hijo de los panteones una furia endemoniada y se lanza con puñetazos al rostro del Murciélago, quien cae a la lona y es masacrado con puntapiés, rodillazos y codazos. Kahoz no se conforma, lo levanta en vilo y lo arroja fuera del ring. El réferi inicia el conteo, pero el de las palomas mensajeras de la muerte corre de espaldas hacia las cuerdas y se impulsa con un tope que pasa entre la primera y segunda cuerdas, para rematar en la humanidad del coleccionador de arañas ponzoñosas. Ahora el combate se realiza fuera del ring. Ambos  gladiadores se enfrascan en un duelo boxístico que causa estragos en sus rostros. Sus capuchas se impregnan de sangre; el réferi sigue contando y los atletas regresan para continuar golpeándose con todo lo que pueden. Están exhaustos pero no ceden, su orgullo es "superior" a sus fuerzas, los golpes de antebrazo y los derechazos siguen en todo su apogeo. El público ruge de emoción y grita el nombre de su favorito, trata de animarlo, la refriega sigue y si cae alguno no es por mucho tiempo, porque se incorpora y prosigue. El réferi mira perplejo, no sabe qué hacer, amonesta a los dos, les pide que luchen, no que boxeen, pero ninguno le hace caso. La sangre brota de las capuchas y mancha sus puños, parece que es una vitamina para su furia. No hay lucha pero sí golpes, patadas y codazos. Ninguno intenta aplicar una llave, sino derribar al otro y acribillarlo con lo que sea. Cuando todo parece terminar en un doble nocaut, ambos levantan sus pies y se faulean al mismo tiempo. El réferi observa  atónito, no sabe qué hacer al ver a los dos gladiadores revolcándose de dolor en la sangrada lona. Al final decide -como hace años hizo en un combate entre El Murciélago y Merced Gómez- ¡levantar los brazos de ambos para decretar una doble descalificación y, por ende, un empate! Los aficionados aplauden a rabiar y tapizan de monedas el cuadrilátero para premiar esta lucha bestial.

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