{rokbox}images/stories/news-byl/2913/2913-negro-navarro-solar.jpg{/rokbox}
Seducido por la hora y facilidad de tránsito, asistí el domingo pasado, a las 12 horas, a la arena Coliseo para ver en acción a dos grandes maestros de la lucha libre: Solar y Negro Navarro. Realmente esperaba una batalla colosal, puesto que ambos atletas se han distinguido por su vergüenza y cariño al deporte. La exhibición que dieron fue magistral, el combate estaba pactado a una caída, tal como lo exigen los grandes gladiadores, es decir, trepaban al cuadrilátero a morir, pero con la cara hacia el cielo. Yo, en honor a la verdad y a sabiendas de que Negro Navarro fue miembro de Los Misioneros de la Muerte, esperaba la clásica guerra de un científico contra un demonio, pero recibí una grata sorpresa cuando Navarro, haciendo a un lado las marrullerías, demostró ser también un profesor de la guerra científica graduado en la mejor academia del mundo, pues aplicó y recibió castigos que nos hizo recordar la época de oro del pancracio, ya que nos dio una preciosa lección de ciencia cuando Solar, al notar que no había rudezas, lució su pericia y también se animó a aceptar el reto para brindarnos una sinfonía de sabios, pues tan pronto colocaba un crotch y azotaba a Navarro, éste se levantaba y lo prendía en medio cangrejo que aquél se zafaba al escurrirse para aplicar una variante de pulpo, es decir, lo sujetaba de la muñeca y del tobillo y le clavaba la rodilla en la espalda, pero Solar se escabulló tomándolo de la pierna y le respondió con un tirante al brazo, y luego lo soltó para llevarlo contra las cuerdas y aplicarle un látigo irlandés, seguido de varios azotones. Negro reaccionó, y en ese momento se prensaron en un duelo a ras de lona, en que las llaves y contralleves se fueron sucediendo tal y como si un alumno estuviera examinándose, pues por momentos parecía que uno iba a ganar y al rato el otro, en fin, en esta lucha a ras duraron aproximadamente veinte minutos, pero los fanáticos aplaudían a rabiar y a veces se quedaban mudos, sin chistar ni aplaudir ni silbar. Esta exhibición me hizo recordar una lucha entre Dientes Hernández y Ciclón Veloz, allá por la década de los cuarenta, en que la gente gozaba viendo una cátedra de buen luchar, a tal grado que el réferi, el inolvidable Gonzalo Avendaño, se tuvo que sentar en un esquinero para seguir la batalla, porque no hubo rudezas y trampas, era un luchón, de esos que ya no se ven, porque ahora la gente prefiere verlos brincar, volar y luchar fuera del ring. Bien, este concierto que nos dieron Navarro y Solar, tenía que terminar, pero la gente no quería que ninguno de los dos perdiera, sin embargo, en un descuido del Negro, Solar, el gran maestro, lo pescó para sellarle las espaldas en la lona y el réferi contara los tres segundos de rigor. Fue aquí cuando la gente, embriagada por lo que había visto, metió sus manos en los bolsillos y tapizó de monedas la lona, algo que hacía tiempo que no se veía. Yo calculo que más de cinco mil pesos se llevaron estos dos grandes gladiadores, pues Solar, vencedor, se dio cuenta de que la lana debía compartirla. Al terminar la contienda, Navarro visitó el vestidor de los científicos y le dio un abrazo a Solar y lo felicitó por su victoria. Solar, emocionado, lo abrazó y le dijo: "La lucha merecía un empate". Felicidades a estos grandes atletas.
He de comentarles que los aficionados siguieron el combate ¡sin aburrirse!, porque la batalla no dio tiempo a eso. Ojalá estos dos atletas se vuelvan a enfrentar en cualquier arena de la República y den esa demostración de ciencia a los nuevos aficionados.