El primer recuerdo que tengo de la lucha libre fue una ocasión que estaba con mi familia en casa, llegué de la escuela, no recuerdo en qué grado iba ni qué edad tenía, sólo que era un lunes y en la televisión pasaban Súper Lunes Lucha Libre, que eran funciones del Pavillón Azteca».
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Así inició Sangre Azteca la charla sobre su infancia y sobre su inicio en la lucha libre. «Aficionado a la lucha nunca fui, ella me encontró a mí, no yo a ella. En una ocasión conocí a un señor que estaba bien mamey, se llamaba Pablito, le pedí que me entrenara en pesas, ya que siempre me ha gustado hacer deporte, me llevó al gimnasio México (en la actualidad ya no existe).
«Cuando terminamos de entrenar por primera vez, empezaba el entrenamiento de los luchadores, estaban Dino Curtis y Águila India; al otro día sucedió lo mismo, pero ahora el maestro de la clase de lucha era Charrito de Oro, quien nos invitó a un entrenamiento, me gustó, no se me dificultó, y aquí estoy.
«En la lucha libre encontré alivio y tranquilidad. Mi mamá se llama Abigail Anaya Núñez y mi papá José Concepción Baños Gómez, vengo de un matrimonio disuelto. Cuando se separaron mis padres, mi mamá me dejó con mis abuelos maternos, en Jerécuaro, Guanajuato, donde viví hasta los seis años; mi vida fue el campo, andaba a caballo, cuidaba mis borregas, sembramos, acompañaba a mi abuela al molino y tenía una vida muy tranquila.
«Fue una etapa feliz, montarse a los árboles, cazar pájaros y conejos, disfrutaba al máximo, aunque era doloroso que mi madre me fuera a visitar y al final me volviera a dejar ahí. No soy hijo único, tengo a mi hermana Angélica. Tiempo después mi mamá me sacó del pueblo y me trajo a la capital del país; entonces empecé a tener contacto con mis abuelos paternos, quienes nos quitaron del lado de mi mamá, hubo pleitos; en ese entonces yo tenía 7 años de edad, fue difícil, aunque por mi nobleza de niño, no lo vi así. Yo era feliz con que mi mamá me visitara.
«Llegó el momento en que mis abuelos ya no le permitían a mi mamá vernos, y se quisieron ir a juicio. Fue duro y triste, yo no sabía lo que en realidad pasaba, no sabía qué hacer, qué decir, me echaban en contra de una y otra familia. Así crecí, con una imagen muy fea de mi mamá, hasta los 17 años que decidí escaparme de la casa de mis abuelos. Busqué a mi mamá y gracias a Dios ahí empecé a salir adelante en la vida. Mi papá, se oye feo decirlo, se desentendió de nosotros, nunca supe lo que era ponerse unos zapatos o tener un juguete que me haya dado él, nunca supe de una caricia o algo parecido, lo veía cada fin de año, después se volvía a ir y hasta el siguiente año.
«Mi padre es trailero y su actual familia vive en México, y cuando era niño me resignaba a verlo una vez al año. Llegó un momento en que tenía muchos conflictos conmigo mismo, odiaba al mundo y culpaba a Dios de lo que me pasaba, aún así viví una infancia feliz, sana, bonita y lo mejor fue estar en el campo. Estudié un curso de mecánica, oficio que ejercí durante un tiempo. Tengo mis diplomas de los cursos que tomé pero el destino me tenía preparada otra cosa. Monté unos puestos, afuera del Hospital General, donde vendía televisores, grabadoras, plumas, peluches, cigarros, virgencitas. Mi vida fue difícil porque no hubo quién me guiara y tuve que aprender a salir adelante y a sobrevivir; cuando salí de la casa de mis abuelos paternos prometí nunca regresar, aunque me estuviera muriendo de hambre. Gracias por esta entrevista y mando un cordial saludo a todos tus lectores».
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