«Me retiré porque nunca dejé de ser peso ligero»: Juanito Díaz

Clic en la imagen para agrandar.
{rokbox}images/stories/news-byl/2913/2913-juanito-diaz_02.jpg{/rokbox}

Una fotografía ha convencido a Juanito Díaz de que le queda poco tiempo de vida. Dice que quienes aparecen en la imagen han fallecido uno tras otro, en el preciso orden que tenían cuando posaron para ella: "Primero fue Sugi Sito, luego Blue Demon y Enrique Llanes. Sigo yo, y después vienen Mil Máscaras y Lola González."

Tardé cinco años para ganarle al campeón de mi peso y 17 en coronarme campeón nacional ligero

Mientras su esposa habla por teléfono, sigo a Juanito por toda su casa, porque él se ha propuesto encontrar esa fotografía para mostrármela. Caminar detrás de este ex gladiador es como hacer una visita guiada en un incipiente museo luchístico, impregnado de un suave olor a leche hirviendo y azúcar fundido.

Aunque hay pocos cuadros, fotos y carteles, Juanito Díaz me los explica todos con una memoria asombrosa en un hombre de 84 años de edad. Sus viejas ediciones de BOX Y LUCHA y diplomas de vidrio están resguardados del polvo en bolsas de plástico. Mientras escucho el relato de sus primeros contactos con los cuadriláteros, tengo que cumplir el reto que me ha impuesto: ubicarlo en cada fotografía, revista o cartel que me enseñe. Juanito se sorprende porque no he fallado en mi prueba; no sabe que la forma de sus orejas –como de pera cortada en rebanadas- lo delatan.

"Empecé por afición. Yo era amigo de Gory Guerrero, El Enfermero y El Diablo Velazco. Entrenaba sólo por gusto, porque mi verdadero trabajo estaba en un taller tipográfico. Seguido íbamos a las luchas que hacía un amigo empresario. El 1 de mayo de 1940 faltó un luchador y me jalaron para reemplazarlo. Yo me excusaba diciendo que no sabía luchar, pero mis compañeros empezaron a tacharme de miedoso. Eso me dio mucho coraje y por eso acepté que El Enfermero me prestara un equipo. No sé ni cómo, pero luché y me pagaron 4 pesos con 50 centavos, lo suficiente para un preliminar."

La voz de Juanito Díaz es tierna, como la de un profesor de jardín de niños. Parece que me mira con las fosas nasales. Cuando quiere enfatizar algo repite la última palabra varias veces, como si memorizara vocabulario de otro idioma. Me ha dicho incontables ocasiones que sólo me mostrará pocas cosas porque "Si te enseño más, no acabamos, no acabamos…" pero sigue desempolvando tesoros. Cada que olvida el nombre de un luchador o una calle, su esposa –quien escucha nuestra conversación mientras come- se encarga de volver a hilarle la plática.

Seguimos buscando la fotografía que obliga a Juanito a pensar en el fin de sus días, y él continúa relatando: "Una semana después de mi debut ya tenía trabajo en varias arenas. Me llamo Juan Rosas Díaz, pero como en ese tiempo había varios luchadores con nombres de flores, decidieron ponerme sólo Juan Díaz. Casi siempre me enfrentaba contra Ciclón Mackey.

"En 1950 conocí a Roberto El Güero Rangel. Jesús Garza Hernández hacía funciones de lucha en Televicentro y se trajo al Güero para que manejara el dinero de la taquilla. Por ese tiempo, Sugi Sito me consiguió trabajo en la ciudad de México, y me vine. Todavía recuerdo que cuando me despedí de mi papá, él me dijo: No quiero que te vayas, porque presiento que jamás vas a volver."

Los ojos de Juanito se vuelven cristalinos; le duele que resultó cierta la corazonada de su padre: "Volví a ver a mi papá muchísimos años después y le mandé giros de dinero porque me iba muy bien –en la lucha estrenaba una bata cada mes- pero jamás regresé a mi casa en Guadalajara."

En la galería de Juanito Díaz hay poco, pero de todo: fotografías con las máximas estrellas de antaño, como El Santo, Blue Demon, Black Shadow, Irma González, Chabela Romero o Wolf Rubinsky. También hay otras donde él aparece en homenajes, funciones a beneficio, premiaciones, etcétera. De sus imágenes como campeón, comenta:

"Duré 28 años en la lucha libre; me retiré en 1968 porque nunca dejé de ser peso ligero y por eso no podía aspirar a ser estrella. Tardé cinco años para ganarle al campeón de mi peso y 17 en coronarme campeón nacional ligero, después de que Black Shadow pasó a la siguiente categoría. También me fui en ese año porque un reportero me preguntó que por qué no dejaba mi lugar a las nuevas generaciones. Reflexioné en que tenía razón y me fuí en absoluto silencio. Además, en 1968 conocí a la mujer que iba a ser mi compañera de toda la vida. Aunque no le gustan las luchas, mi esposa y yo tenemos 40 años de casados."

Juanito Díaz no sólo reconstruye para mí el día en que conoció a su esposa, también hurga en lo más profundo de su memoria para responder minuciosamente a mis preguntas, con detalles como si cierto día era o no lluvioso, o si utilizó determinado vestuario. Sentado en el sofá, me pide que brindemos con Coca-Cola y después se sube el pantalón para mostrarme la lesión que tiene en la rodilla derecha desde hace 70 años: "Fue el hermano de Rito Romero quien me dejó así. Una vez me agarró del tobillo y me golpeó muy fuerte. Me pateó para que me rindiera pero no lo logró, y de coraje me dejó los huesos salidos. También tengo lastimado el cuello, pero no vale la pena operarme y sufrir el poco tiempo que me queda de vida."

Su vestuario formal y sus piernas delgadas, vencidas y pálidas, hacen ver a Juanito Díaz como muñeco de ventrílocuo. Me comenta que tiene Seguro Social y una pensión económica que le cayó del cielo, porque la obtuvo tras jubilarse de un trabajo burocrático que aceptó porque nadie más lo quiso. Aferrado a que su muerte está próxima, dice que sólo le preocupa ahorrar para su funeral y el de su esposa, que ya casi no sale de su casa y que se la pasa leyendo periódicos y viendo noticias por televisión.

Han pasado varias horas y no encontramos la fotografía que buscábamos. Juanito Díaz dice que el desorden en la casa se debe a que tiene nietos pequeños, y que por eso tampoco puede mostrarme las batas que usaba en sus años de gloria. Aunque acabamos de conocernos, hemos platicado como si fuéramos los mejores amigos que no se han visto en años. Entre cada anécdota, repite una frase que me repiquetea en la cabeza: "Y no te enseño más, porque no acabamos, no acabamos…"

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Carrito de compra