Cada centímetro de la arena Azteca Budokan tiene vida para él; ahí está toda su infancia y su juventud. Observa a unos jóvenes universitarios filmando un cortometraje en el ring. Suspira y nos empieza a relatar:
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"En este lugar está mi vida. Aquí hice mis primeras marometas y saltos. Desde pequeño, cuando había función, mi papá (Alfonso Acorazado Moreno) me ponía a barrer, a pegar programas en postes y paredes, a vender tortas. Muchas veces lo hice en huaraches y hasta descalzo. Eran faenas bien duras para un niño de seis o siete años. Me da risa cuando me acuerdo que luego se me olvidaba vender por quedarme viendo las luchas, era mi padre quien me gritaba: ‘¡Hey, muchacho, ponte a vender las tortas y deja de ver las luchas!’ y ahí iba yo con mi charola.
"Mi papá fue un hombre muy duro. Nada más chiflaba, y ya nos tenía a todos formados como soldaditos. Cuando uno es pequeño, a veces juzga, no se entiende que las personas tienen razones para ser de cierta manera u otra. Mi padre tuvo una vida muy dura, creció en una terrible pobreza en el barrio de Tepito. De hecho, nos contaba que su casa era un jacal de láminas sostenido con palos, donde vivía con su mamá. Lo que lo sacó adelante fue la lucha.
"Me enseñó a agarrar un martillo, a preparar mezcla, a reparar instalaciones de electricidad, y no era nada paciente, pues a veces me pegaba y me gritaba. Pero hoy que tengo a mis propios hijos, entiendo muchas cosas que antes criticaba".
El Oriental es uno de los luchadores mexicanos que más visita Japón. Desde su debut, ha viajado a dicho país 46 veces. De niño, nunca imaginó que llegaría tan lejos, y más por el contexto de pobreza que lo rodeaba:
"En aquellos años, esta parte de Neza era muy fea, no había pavimento y eran terregales tremendos. Cuando llovía, las calles se convertían en pantanos. Vimos cosas desagradables, por ejemplo, una ocasión, al estar jugando, encontramos a un bebé muerto en una caja, fue muy impresionante. La lucha es muy importante en nuestras vidas, pues nos dio las armas para evadir vicios y malas amistades. A pesar de todo aquello, Neza es mi terruño y me siento muy orgulloso de ser de aquí. En mi infancia, era muy raro que alguien tuviera televisión en estos rumbos, teléfono y carro, ni se diga. Quienes tenían esos artículos, para nosotros, eran millonarios.
"Como dije antes, mi papá tenía un carácter muy fuerte, pero eso no me impidió vivir una infancia linda. Por ganarme unos centavos más, hasta cantaba en los camiones conocidos como chimecos. A veces me iba a un cine cercano (el único de entonces) y pedía monedas para completar para mi boleto. Cuando íbamos a tener función, con mi hermana Esther pegábamos carteles, nos tocaba preparar el engrudo con agua y harina, en bote puesto a la leña. Una ocasión, una persona nos vio pasar, y nos compró una torta a cada quien. Cuando veo a niños pobres trabajando en la calle, me entra nostalgia pues me acuerdo que así anduve yo".
La arena Azteca Budokan ha sido su hogar desde que nació, pero curiosamente, El Oriental no debutó ahí:
"Cuando Dr. Wagner Jr era esposo de mi hermana Rossy, yo lo acompañaba a las funciones. Una ocasión, en una arena llamada Azteca, faltó un luchador. Wagner me pidió subir a luchar. Acepté porque ya traía toda la preparación que adquirí tanto con mi padre, como con otros profesores. Me prestaron un calzón y unas botas que, por cierto, eran del Mocho Cota. Enfrenté a un joven de nombre Murciélago, que después luchó como Turako, y hoy en día se le conoce como Histerya. Dimos un buen combate, ahí decidí que seguiría en el pancracio. Y es que hasta ese momento, mi idea era entrar al Ejército, pero parece que el destino quería otra cosa para mí. El mismo Dr. Wagner habló con don Carlos Maynes para que me diera trabajo en Lucha Libre Internacional. Al poco tiempo, ya era profesional".