
Seducido por la información que me daba la gente acerca de esta película, y que se refería a la forma en que se lleva la lucha en los Estados Unidos, asistí a la sala cinematografía a ver esta cinta. Realmente está bien llevada, el actor trabaja bien, el argumento se trata de un luchador famoso que es ídolo de la afición. La lucha es dura y realista, pero donde no me gustó es cuando uno de los atletas saca una hoja de afeitar, la parte en dos, la coloca en un sitio estratégico y se corta la frente, con el objetivo de hacer más dramática la batalla. Este truco tal vez muy popular allá en la Unión Americana, sorprendió a nuestros aficionados y recibí cartas en las que me pedían que aclarara si aquí en México se estilaba este truco. He de aclarar que llevo varias décadas viendo lucha y jamás he visto que los atletas recurran a esa peligrosa engañifa. Recuerdo que hace años se decía que los sangrados de los luchadores se debían a que usaban tintas especiales, lo que propició que Marcelino Sánchez -quien era taquillero de la vieja Arena Afición de las calles de Abasolo, allá en Pachuca- cruzara una apuesta con Rubén Arteaga, un boxeador aficionado. Los dos estaban en mi caseta de locutor y sobre el ring luchaban Héctor Diablo López contra El Charro Trejo. Era una batalla terrible, ambos estaban sangrando copiosamente. Rubén, necio, afirmaba que la sangre era de cordero o que quizá era sólo una sustancia parecida a la sangre. Marcelino, parsimonioso, le dijo que tan pronto terminara la lucha ambos irían a los vestidores a cerciorarse si era o no sangre humana. Cuando terminó la lucha y ambos se dirigieron a los vestidores -que en aquel entonces era tanto para rudos como para técnicos- Marcelino y Rubén hicieron lo propio y entraron súbitamente a ese lugar sagrado. Ahí descubrieron al médico de ring examinando a los dos atletas. Les dijo que necesitaban una sutura tanto en el cuero cabelludo como en la región frontal. Rubén, incrédulo, se acercó y, sorprendido, vio que ambas heridas eran frescas. Tal vez usted lector, se preguntará cómo era posible que en aquel entonces hubiera solamente un vestidor tanto para rudos como para técnicos; sin embargo, existía, pero también existía un pacto en el que se especificaba que tan pronto los luchadores traspasaran la puerta y penetraran al vestidor, les quedaba terminantemente prohibido seguir luchando, teniendo como pena la retención de sus sueldos. He de aceptar que esta ley fue respetada en un 95 % y que solamente tres luchadores la rompieron: Gori Guerrero, cuando luchó contra Rito Romero; Murciélago Velázquez, cuando luchó contra merced Gómez y Wolf Rubinsky cuando luchó contra Cavernario Galindo. Pero volviendo a la película El Luchador, algo que me gustó, que realmente me llamó la atención y que, aunque usted no lo crea, existe aquí en México, es cuando un atleta se nota lastimado, el enemigo lo cuida, incluso deja de atacarlo, esperando que se reponga y que no sea una luxación o una fractura. Esto lo hacen tanto científicos como salvajes, ya que la lucha libre es un deporte-espectáculo que consiste en derrotar al enemigo, no matarlo.
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